Religiosos católicos asumen un rol inesperado al buscar acuerdos con grupos criminales, arriesgando su seguridad para alertar a poblaciones vulnerables en medio de la violencia que azota la región
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La expansión del narcotráfico en México ha colocado a comunidades enteras en una espiral de violencia que impacta directamente en la vida cotidiana de niños, adolescentes, mujeres, hombres y personas mayores.
En este contexto, algunos sacerdotes católicos asumieron un papel inesperado, establecer un diálogo con grupos del crimen organizado con el fin de disminuir la violencia y proteger a sus feligreses.
Uno de los focos más críticos se localiza en Guerrero, entidad que atraviesa una de las etapas más sangrientas de los últimos años debido a la confrontación entre cárteles rivales.
En contraste, en la conferencia matutina del 8 de julio, encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, se destacó que Guerrero figura entre los 25 estados con una baja del 12.3% en homicidios dolosos durante el primer semestre del año, respecto al mismo periodo de 2024.

Filiberto Velázquez: el sacerdote que negocia treguas entre cárteles en Guerrero
Según cifras difundidas por el Gobierno estatal y citadas por el diario El Sur de Acapulco, hasta 2023 operaban al menos 16 células criminales en los 85 municipios de Guerrero, entre los grupos con presencia destacada se encuentran el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), Los Tlacos y Los Ardillos, quienes se disputan el control territorial mediante la intimidación, el asesinato y el desplazamiento forzado de poblaciones.
Filiberto Velázquez, sacerdote de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Guerrero, ha emergido como una figura clave en la intermediación entre los grupos del crimen organizado.
Su participación ha sido determinante en la negociación de acuerdos de no agresión entre organizaciones criminales como Los Tlacos y La Familia Michoacana, según documentó el periodista Aitor Sáez en un reportaje para Pie de Página. Su labor no es aislada, se apoya en la interlocución de obispos locales y en su trabajo comunitario en territorios marcados por la violencia.
A mediados de mayo de 2021, el sacerdote denunció un hecho que puso en riesgo a su familia. Agentes ministeriales detuvieron a su sobrino a las afueras de Ciudad de México, lo torturaron durante cuatro horas y lo entregaron al Ministerio Público por un delito que —según la versión del sacerdote— fue fabricado.
Poco después, cuatro hombres armados llegaron a su domicilio familiar para ofrecer un soborno de 1.5 millones de pesos a cambio de su liberación. Ante la falta de respuestas oficiales, Filiberto pidió apoyo a Celso Ortega, líder del grupo delictivo Los Ardillos, para identificar a los responsables del hostigamiento.
“Los cárteles se conocen, mantienen canales de comunicación y controlan muchas de las cosas que pasan en este país”, declaró el “Padre Fili” en febrero de 2024. “Ellos controlan a policías ministeriales, encarcelan a inocentes para obtener dinero. Se convierte en una necropolítica, un negocio de la muerte (…) La ley se aplica si ellos lo ordenan”.
Con formación en Estados Unidos y experiencia en causas sociales, Filiberto fundó un centro de derechos humanos, llegó a Guerrero tras la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, donde se enfrentó al poder de facto del narcotráfico.
El 27 de febrero de 2021, mientras respondía a un llamado de auxilio en San Jerónimo, fue interceptado y hostigado por integrantes de la CRAC-PF. Desde entonces, el Mecanismo de Protección para Personas Defensoras de Derechos Humanos le otorgó medidas cautelares, incluido un botón de pánico que aún lleva colgado al cuello.

El obispo emérito que tendió puentes con el narcotráfico<b> </b>
Salvador Rangel Mendoza, sacerdote franciscano nacido el 23 de abril de 1946 en Tepalcatepec, Michoacán, es una de las figuras más controvertidas y relevantes en los esfuerzos de pacificación en zonas dominadas por el crimen organizado.
Fue obispo de Huejutla entre 2009 y 2015, y después encabezó la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, Guerrero, hasta su renuncia en 2022 por límite de edad, quedando como obispo emérito.
Según reportó el diario La Jornada, durante casi una década el obispo buscó establecer comunicación con cárteles que operan en las zonas Centro y Sierra del estado, incluidos el Cártel del Sur, encabezado por Isaac Navarrete; Los Ardillos, liderados por Celso Ortega Jiménez; y Los Tlacos, comandados por Onésimo Marquina, alias “El Necho”.
Estas gestiones derivaron en una tregua sin precedentes entre facciones enfrentadas, lo que contribuyó a la reducción de enfrentamientos armados en la región. En una de estas negociaciones, también participó activamente el sacerdote Filiberto Velázquez, quien fungió como mediador en el acuerdo entre Los Tlacos y La Familia Michoacana.
Rangel fue uno de los primeros obispos en advertir públicamente que la amapola había dejado de ser rentable para los campesinos, instándolos a no recurrir a secuestros ni extorsiones, flagelos que —dijo— solo profundizan la miseria en las comunidades.
Su cercanía con Los Ardillos fue centro de polémicas, cuando trascendió los consideraba “pacificadores” de zonas como Chilapa, donde el grupo criminal ingresó en 2014 dejando 13 muertos. El obispo mantenía contacto directo con esta organización para gestionar la liberación de secuestrados y apaciguar disputas.
Su desaparición el 27 de abril en Jiutepec, en Morelos, y su posterior reaparición dos días después en el Hospital General de Cuernavaca, encendieron las alarmas dentro y fuera de la Iglesia.
El 8 de mayo, Rangel comunicó que no presentaría denuncia penal por lo ocurrido y, en un mensaje difundido por la diócesis, anunció que perdonaba a quienes lo agredieron y a quienes lo han revictimizado con desinformación.
Las declaraciones de estos sacerdotes no solo resuenan en sus comunidades, sino que han trascendido a los medios de comunicación nacionales, donde sus voces advierten sobre nuevas amenazas, como el surgimiento de drogas extremadamente peligrosas, entre ellas la conocida como “china white”, que —según se anunció— es aún más potente y letal que la heroína.
Asimismo, sus intervenciones es clave en la divulgación de acuerdos de paz, como la tregua alcanzada entre Los Tlacos y La Familia Michoacana, que ha sido confirmada en distintos espacios informativos como un esfuerzo inédito por contener la violencia en Guerrero desde lo local y con mediación de la Iglesia.